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martes, 26 de febrero de 2013

Una nueva vida en Brasil

Continuando con la línea de argumentación abierta con el primer post de “En una Tierra de Futuro”, quiero seguir reflejando aquí impresiones, comentarios y opiniones de personas que en su día decidieron instalarse en Brasil, llamados por la promesa de una vida diferente, más tranquila y alejada del ritmo a veces frenético al que estamos acostumbrados en la vieja Europa. Personas y personajes de todo tipo con los que nos hemos cruzado en los 6 últimos años nos han ido desgranando sus razones, sus experiencias y su visión de lo que este país les aporta y la que creen va a ser su relación de futuro con él.

La simpatía, espontaneidad y los brazos abiertos con los que acoge al extranjero el pueblo brasileño chocan con fuerza contra la actitud cada vez más burocratizada, cerrada y restrictiva de sus instituciones y organismos oficiales, sobre todo los que regulan y determinan la apertura del país hacia el exterior. Sorprende que un país que ha sido una tierra de acogida sin igual, ejemplo de integración y de convivencia multirracial se muestre ahora tan restrictivo para con el visitante europeo.

Desde enero de 2013 la Policía Federal no prolonga ningún visado turístico a europeos por más de 3 meses, obligando al viajero o al visitante de estancia prolongada a abandonar el país tras ese período. Sufren esa restricción, por ejemplo, los familiares de extranjeros que quieren pasar largas temporadas en el país, los propietarios de viviendas que no disponen de visados de permanencia, los jubilados que deciden pasar el invierno europeo en una tierra de clima mucho más benigno y el personal desplazado de empresas multinacionales que no desea pasar por los trámites interminables e ingratos de obtención de visados de trabajo para acabar, en buena parte de los casos, recibiendo una incomprensible negativa. Comenzó esta restricción a finales de 2012 para visitantes franceses e italianos, poco después le siguieron españoles y portugueses, y detrás han ido cayendo el resto de nacionalidades que componen el núcleo principal de la Unión Europea.

El ciudadano brasileño de a pie vincula esta actitud de sus autoridades de inmigración a un trato recíproco para con sus conciudadanos a la hora de entrar en territorio Schenguen y justifica el trato en ocasiones injusto y arbitrario de sus agentes de inmigración a casos “sangrantes” como el de la anciana que pasó varios días en Barajas sin poder entrar en  España para visitar a su hija. Se explotó esa noticia en los medios más sensacionalistas del país, apelando a la indignación popular y a ese trato recíproco para con los europeos que llegaran a Brasil desde ese momento. La verdad sobre el caso desvelada por la propia embajada brasileña en Madrid (a los pocos días de haberse causado el importante revuelo en los medios brasileños) en la que se exponía que esa señora estaba visitando a una hija en situación ilegal, con dos órdenes de expulsión de España, y además había dispuesto de asistencia consular desde el primer momento en que se le prohibió la entrada a territorio Europeo, por supuesto tuvo el mínimo eco mediático y pasó de refilón entre las noticias semanales de “bulto” en los grandes noticieros de Sao Paulo que informan a diario a todo Brasil.


Viendo estos casos que han sido tan descaradamente manipulados para generar actitudes de rechazo hacia la oleada de inmigración europea que se ha dirigido a Brasil estos últimos años de crisis financiera y laboral, el extranjero residente en el país no puede estar más que perplejo, confundido e incluso un poco cabreado. El pulso en la calle, especialmente en las comunidades donde extranjeros y brasileños comparten espacio sin el más mínimo problema, es de convivencia ejemplar e integración total. Por eso uno se siente cada vez más extrañado y confundido ante la multitud de trabas y de nuevas restricciones que nos encontramos a la hora de abrir nuevas empresas con capital exterior o de realizar cualquier trámite de renovación de permisos o documentación. 

La Policía Federal, organismo encargado de los trámites y el control de la inmigración,  justifica la rigidez de su actuación con casos que ellos consideran de “picaresca” donde extranjeros han montado empresas con muy poca o nula actividad para obtener visados de residencia, lo que ha implicado traer al país cantidades de dinero cada vez mayores que tampoco son fáciles de repatriar cuando el inversor desea volver a su país de origen y que por ello van a ser destinadas a agilizar en mayor o menor medida las economías locales. Sorprende todavía más que se restrinja esa forma de obtener visados para después ofrecer la residencia a jubilados europeos que “tan solo” deben enviar para Brasil una pensión mínima mensual de R$6.000. Eso son, al cambio actual, unos 2.500€ que representan casi 10 veces el salario base brasileño (y una pensión que no mucha gente disfruta a día de hoy en, por ejemplo, el sur de Europa). No se entiende una restricción tan fuerte por el lado que puede dinamizar en mayor medida la actividad económica para entonces abrir la puerta sin reticencias a jubilados “de lujo” que poco van a aportar al tejido productivo brasileño más que una simple entrada de divisas adicional. Y menos sentido tiene todavía esa actitud restrictiva cuando se han otorgado en los últimos años visados de permanencia mediante amnistías sucesivas a extranjeros que llevaban mucho tiempo en situación ilegal y que en pocas ocasiones se podían considerar como una aportación seria al tejido productivo, empresarial o social de la primera potencia de América Latina.

A pesar de estos sinsentidos que encontramos últimamente, las personas que han decidido quedarse a vivir aquí, los que realmente sienten que este es su lugar para alejarse de la manera de hacer estresante con la que lidiamos día a día en Europa, pocas veces se arrepienten de su decisión cuando ésta parte de un razonamiento equilibrado y realista de lo que va a ser su nueva vida en este lado del Atlántico. Me comentaban esta última semana unos empresarios catalanes de éxito, afincados desde hace más de 7 años en un famoso punto turístico del Nordeste, que es muy fácil detectar cuándo alguien se instala en Brasil con una idea bien errónea de lo que va a ser su nueva vida. Decían que a esta tierra uno no puede venir pensando que va a ganar más dinero que en su tierra natal, disfrutando además de los mismos servicios y ventajas de la vida más estructurada de la que provenimos. Para disfrutar de esta experiencia, para adaptarse mentalmente a este cambio, uno debe saber que la vida aquí no va a poder girar en torno al trabajo. Nuestra paciencia va a sufrir una dura prueba si queremos obtener los resultados de la manera organizada y más o menos rápida con la que generalmente los obtenemos en nuestro país de origen. De eso el extranjero se debe olvidar, debe buscar los medios para funcionar con un trabajo que le brinde un medio de ganarse el pan de forma más sencilla y disfrutar del día a día de la vida en Brasil, llena de momentos de alegría, belleza y simplicidad. El centrarse y obsesionarse con el trabajo y el dinero, lo que llamamos "vivir para trabajar", no funciona en esta parte del Mundo y puede incluso ser contraproducente a nivel mental. Las horas de esfuerzo y dedicación sin descanso aquí no garantizan mayores y mejores resultados porque el entorno en el que nos encontramos no va a seguir nuestro ritmo. Mejor dicho, tiene ritmo propio. El punto de equilibrio es distinto y debemos valorar mucho más los factores ajenos al negocio para evaluar si vamos a ser capaces de adaptarnos a esta nueva y diferente forma de vida.


Si uno consigue encontrar ese equilibrio, muy distinto del que hemos vivido y desarrollado durante nuestros años de vida laboral en el “Viejo Mundo”, nos adaptaremos sin problemas al nuevo ritmo y difícilmente nos sacarán de aquí. Si, como a muchos otros nos pasa, seguimos teniendo la necesidad de acometer y afrontar la vida a otra velocidad, siempre con la sensación de que nos falta algo de intensidad en nuestro día a día, no nos toca otra que volver a nuestro lugar de origen o buscarnos una nueva “aventura”. Eso sí, nos llevaremos en la mochila los recuerdos y la experiencia ganados en este continente tan especial y magnético que es Brasil, habremos ganado sabiduría para apreciar con ello lo mejor que cada Mundo nos ofrece y así poder disfrutarlo sin dudas ni prejuicios.


jueves, 21 de febrero de 2013

Motivos para el optimismo (parte I)

Algunos me tacharéis de frívolo o puede que de excesivamente optimista, pero me gusta lo que vislumbro al final de esta crisis que vivimos. Para alguien con la suerte de estar a cierta distancia de todo esto, tanto física como mental, es algo que se empieza a percibir con más claridad en los últimos meses. Olvidémonos de cifras, estadísticas y demás "armas de destrucción anímica". Me refiero a una percepción real de que estamos ya entrando en el principio del fin. Sí, me atrevo a decir que así lo percibo y así lo siento desde hace unos pocos meses, aunque luchemos aún todos los días contra una avalancha de discursos y noticias contradictorios.


Por supuesto nos costará mucho llegar a los niveles de antes del “gran bajón” actual. Eso si algún día llegamos, porque dudo mucho que nuestra sociedad se permita el lujo de volver a caer en semejante desbarajuste. Veo demasiadas señales de que eso no volverá a ocurrir y por supuesto veo con verdadero optimismo que no será así porque nosotros ya nunca volveremos a ser los mismos de antes.

No cabe duda de que esta vivencia nos ha hecho a todos mucho más resabiados, mucho más prudentes, hasta desconfiados, si lo preferís. Estamos compartiendo entorno con gente que ha caído mucho más profundamente en el pozo en el que estamos todos, y eso nos ha dado una nueva consciencia sobre el valor de la solidaridad y del esfuerzo colectivo. De esta “gran depresión” que vivimos vamos a salir más fuertes y sí, más solidarios. Mucho más concienciados de donde hemos fallado para no volver a cometer los mismos errores. Pasando de ideologías más o menos liberales, siempre he creído que hemos sido los niños mal criados de “papá Estado” en las dos o tres últimas décadas. La realidad se ha ocupado ahora de darnos un buen guantazo para hacernos madurar de golpe. Nos toca asumir que las ayudas sociales van a tener que ser mejor dirigidas, bien enfocadas para que lleguen a los que más las necesitan. Y el resto deberemos pasar con un poco menos. Lo que parece seguro es que se van a acabar los mamoneos, el derroche, los amiguismos y las corruptelas descaradas. Vamos a estar mucho más atentos a quién y a cómo administra nuestro patrimonio común y difícilmente volveremos a permitir lo que hemos permitido ni volveremos a mirar para otro lado mientras ese desmadre no nos afecte a nosotros de forma directa. Eso se acabó.


Vislumbro ahora una sociedad ya emergiendo con otros valores. Puede que de inicio sea porque estamos muy poco dispuestos a tragar de nuevo todo lo que hemos tragado, más que por un convencimiento profundo y maduro. Pero mientras este primer paso se dé, a mí ya me vale. Necesitamos reajustarnos, hacer un “reset”, deshacernos de toda la porquería que nos ha dirigido y se ha aprovechado del sistema para agenciarse unos privilegios que no merecen. Me parece percibir con seguridad que estamos todos listos para empezar a apuntarnos a esa regeneración que todos estamos necesitando para sanear nuestros ánimos y encarar el futuro con la ilusión que todos merecemos.


Dicen que debemos siempre recordar de dónde venimos para saber hacia dónde vamos. Puede que aún no estemos todos de acuerdo o incluso no tengamos todos claro hacia dónde queremos ir. Pero lo que seguro sabemos todos, sin excepción, es que no queremos continuar por este mismo camino. Y ese, queridos míos, es para mí lo que marca un nuevo comienzo que no puede ser más que esperanzador.

lunes, 18 de febrero de 2013

El futuro es "social"

Observo con admiración y a la vez prudencia el giro vertiginoso que ha experimentado el marketing y la relación con el cliente provocado por el boom de las redes sociales. Mientras hace 5 o 6 años los gurús de turno vaticinaban que el futuro era 100% “social”, la realidad nos ha mostrado que estas redes han democratizado todavía más el trato con el cliente pero no han eliminado los canales y técnicas promocionales de siempre. Eso sí, los han transformado de manera que deben estar apoyados por una presencia activa en las redes sociales de forma que el cliente, o posible cliente, pueda consultarlas como elemento de ayuda en la toma de decisiones de compra.


En algunos sectores el cambio ha sido todavía más contundente, en otros los propios actores no se acaban de poner de acuerdo sobre el alcance de la influencia real de las redes. El tiempo nos ayudará a ver hacia donde evoluciona toda esta revolución, pero las estadísticas y los datos del 2012 parecen indicar por el momento que lo que los usuarios encuentran en ellas no es el factor más determinante en su decisión final.
Siempre he tenido el convencimiento que las claves para la fidelización del cliente, sobre todo en el sector servicios, son la cercanía, la transparencia y la pro-actividad. Ya a finales de los años 80, en la universidad de Harvard, se estudiaban y divulgaban casos de éxito en la fidelización del cliente en el sector hotelero mediante programas llamados “empowering de front line”. Estos consistían en delegar en el personal que trabaja en contacto directo con esos clientes la toma de decisiones y la iniciativa sobre cómo resolver el trato con ellos, sobre todo en situaciones incómodas o desagradables por fallos en el servicio. El personal de recepción de la cadena Hilton, por ejemplo, disponía de cierta libertad y de un presupuesto mensual que podían utilizar para resolver esas situaciones incómodas de manera inmediata y según su mejor criterio.  No sólo de esa manera se sorprendía gratamente al cliente frente a situaciones de “crisis” sino que además se incentivaba la motivación del empleado al otorgarle esa responsabilidad. Todos los que hemos trabajado en una posición de ese tipo sabemos lo importante que es poder decidir con inmediatez y disponer de recursos para afrontar cualquier situación problemática con un cliente que tengamos cara a cara.


Yo percibo las redes sociales como una evolución para las empresas y las marcas de ese trato directo y cara a cara. Su presencia activa en el entorno 2.0 se ha convertido en un requisito fundamental para poder competir en el mercado actual y supone un acercamiento definitivo hacia la transparencia y la accesibilidad a la información que demanda el consumidor de hoy en día. No sólo eso, sino que las redes sociales además suponen un punto de encuentro donde los usuarios pueden compartir ideas, opiniones y consejos sobre esas determinadas marcas o sus productos. Toda empresa que desee sobrevivir tiene que escuchar lo que dicen los consumidores y esas redes son de hecho una de las herramientas fundamentales de intercambio de información valiosa entre los consumidores y sus proveedores de productos o servicios. Parece una evolución clara y en la misma dirección de lo que hace 30 años eran casos de éxito en las estrategias de fidelización de clientes, sólo que ahora toda empresa debe tomar esa deriva si no quiere perder el pulso de su mercado.


Toca estar atentos al rumbo que van a tomar las relaciones “B2C” (empresa-comunidad) en esta década. Está claro que en el caldo de cultivo de este boom que estamos viviendo han aparecido nuevas formas de trabajar, nuevas posiciones en las empresas que hace poquísimos años ni siquiera se imaginaban y que a día de hoy forman parte fundamental de sus estructuras. Me motiva muchísimo poder ser observador y parte activa para averiguar si nos encontramos ante una nueva “burbuja tecnológica” o ante los primeros pasos de una revolución real hacia la democratización definitiva en nuestros hábitos de consumir y de relacionarnos.

sábado, 16 de febrero de 2013

Brasil, ¿país de futuro?

Llegué a Brasil para iniciar un proyecto personal y de vida en Abril del 2007. Me había deslumbrado un año antes el momento de ebullición en el que se encontraba un pueblecito de pescadores en el Nordeste del país, Praia de Pipa. Desconocido hasta mediados de los 90 para el turista internacional, Pipa era la joya escondida para surferos y hippies que la disfrutaron de pleno hasta el boom de mediados de los años 2000.



Me acabó de convencer para mi gran salto el libro de Stefan Zweig “Brasil, país de futuro”. Escrito alrededor del año 1940 por el destacadísimo escritor austriaco, se exponían en él una serie de razonamientos y percepciones del autor sobre la energía y la predisposición del pueblo brasileño para prosperar y disfrutar de su tierra privilegiada. Zweig desgrana en los capítulos de su libro las claves por las que a finales de los años 30 del siglo pasado pensaba que Brasil iba a convertirse en uno de los países punteros a todos los niveles en el Mundo que tenía que surgir tras la 2ª Guerra Mundial. Lo que maravillaba de esta obra era la capacidad del autor hace más de 70 años para hacer un retrato del país que en el año 2007 era perfectamente vigente. Y ese fue mi principal error de percepción… Movido por un excesivo optimismo y un plan de futuro que parecía claro tenía que pasar por una aventura en tierras americanas, no me di cuenta que algo chirriaba seriamente si un retrato del país publicado en 1941 se podía considerar tan actual.
¿A día de hoy qué puedo destacar de mi estancia en Brasil? Poca cosa positiva, la verdad. Uno se enfrenta aquí continuamente a una burocracia sin sentido, raquítica y corta de miras donde cualquier trámite que afrontes sabes cuándo se va a iniciar pero nunca sabes cuándo ni cómo lo acabarás. Es la manera de hacer de un país de ciudadanos conformistas y poco dados a protestar que admiten sin mayor problema que funcionarios y trabajadores de servicios públicos no respeten lo más mínimo el tiempo ni el trabajo de sus conciudadanos. Los trámites para abrir una empresa son algo digno de economías coloniales de hace dos siglos y cualquier gesto de protesta o indignación por parte del usuario de un servicio no hace más que dificultar todavía más el proceso ya que no sirven más que para perder aun más tiempo. Difícilmente encontraremos empresarios y ejecutivos extranjeros llegados al Brasil en los últimos años que no estén de acuerdo con esta afirmación.

Capítulo aparte merecen las prácticas y la legislación en materia laboral. El excesivo celo mostrado por el gobierno en proteger los derechos del trabajador no es más que un velo que esconde una realidad legislativa que favorece la continua rotación de empleados debido al excesivo e inasumible coste para el empresario de mantenerlos por más de dos años. El coste del despido es tan alto tras ese tiempo que muy pocos están dispuestos a asumir el riesgo. Las consecuencias principales de esta coyuntura son la desconfianza del empresario hacia sus empleados y el poco compromiso de estos con los proyectos y el futuro de la empresa a medio y largo plazo. El ambiente de trabajo se convierte en una convivencia forzada y falsa donde cada uno va a mirar por sus intereses y donde es difícil marcar objetivos válidos más allá del “ir tirando” y el “mañana será otro día”. Es evidente que no nos encontramos ante un panorama alentador para el emprendedor extranjero, acostumbrado a trabajar en una atmósfera mucho más seria y comprometida.

Tras un tiempo viviendo y trabajando en Brasil uno advierte rápidamente lo poco preparado que se encuentra este país para competir. Gracias a su acceso a una fuente casi inagotable de recursos naturales, el brasileño no se ha tenido que enfrentar todavía a lo que significa tener que ser mejor que los demás para perseverar (fuera del ámbito deportivo, donde parece volcarse totalmente el orgullo patrio). Si algún día la demanda interna afloja y el país tiene que salir a “buscarse la vida” fuera de sus fronteras, veremos todos lo duro que les resultará ser competitivos. El país parece evolucionar a un ritmo que no es sostenible para el resto, salvo alguna excepción como China. Pero parece que estamos a unas cuantas generaciones de distancia de llegar a ese punto, y hemos llegado a un momento en nuestra historia en que todo evoluciona a tal velocidad que no se atreve uno a ser agorero más allá de lo que su modesta percepción de la realidad le brinda.