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sábado, 1 de febrero de 2014

El Corazón de Ibiza

Hoy quiero hablaros del lugar que me cambió la vida hace más de una década, la tierra que me hizo sentir que había encontrado mi espacio en el Mundo el primer día que la pisé. Todos mis proyectos y mis sueños han estado encaminados desde entonces hacia el propósito de convertirla en mi hogar. Ahora vivo en ese lugar, en el corazón de Ibiza, en Santa Eulària des Riu.

No había conocido antes un mar tan limpio, tan tranquilo, tan capaz de inspirar a todo el que posa los ojos sobre sus colores al atardecer. Una piscina infinita que no cansa nunca, que necesitas sentir todos los días para tener la certeza de que no la soñaste. Esas aguas y esas calas me han regalado momentos inolvidables, historias que irán conmigo siempre, vivencias que marcaron el rumbo de mis pensamientos y a las que vuelvo regularmente para seguir enamorado de mi isla. He encontrado aquí ese espacio "entre la playa y el cielo" que todos los que nos sentimos mediterráneos llevamos muy adentro, en el que nos criamos de niños entre juegos y risas, que forma parte fundamental de nuestra esencia.


Uno de nuestros ejercicios favoritos, el que recomendamos a todos los que nos visitan, es seguir la senda que bordea la costa entre Es Canar y el puerto de Santa Eulària. Cruza playitas encantadoras como Cala Martina, Cala Pada o Es Niu Blau. Sus arenas claras se funden con pequeños acantilados de tierra roja ibicenca, con el mar cristalino y sus tapices de roca y posidonia, con el verde fosforescente de los pinos. Así nuestros pasos se convierten en un viaje en el tiempo donde descubrir rincones y visiones que sólo ese mar y el propio paso de los años conseguirán cambiar.


Si decidimos dirigirnos hacia el norte, siguiendo esos mismos caminos que marcan la fina línea entre el agua salada e Ibiza, la costa nos regala alguna de sus calas míticas. Otras, no tan renombradas, nos han supuesto una muy agradable sorpresa, incapaces como recién llegados de percibir todavía la infinitud de la isla. Los pies y las piernas se agotan mientras te niegas a abandonar esa ruta por el paraíso. Sabes que el siguiente recodo te conducirá a un nuevo descubrimiento que te dejará sin aliento.


Más al norte todavía, donde el corazón de la isla se va convirtiendo poco a poco en su lado más salvaje y desconocido, seguimos encontrando más rincones y calas que nos hacen sentir privilegiados, felices de haber dado el paso definitivo que nos ha llevado a nuestra Ítaca particular.


Cuesta mucho resistirse al ansia que te empuja continuamente a bajar corriendo a la orilla para mojar tus pies, cerrar los ojos, sentir el sol y el mar recargarte el alma de toda la energía y la vitalidad que puedas absorber. Cala Llenya vive despierta todo el año. Cala Boix y sus arenas oscuras exhiben las mil fisonomías de la isla. Es Pou des Lleó emociona con las formas caprichosas de sus rocas. Cala Mastella atrae a aquellos que buscan placeres y tradiciones que se convierten en tesoros. Hay más por descubrir, pero lo guardamos para dosificarnoslo poco a poco, como aquellos pequeños vicios que nos alegran la existencia y de los que nunca nos cansamos.


Cuando volcamos nuestra mirada tierra adentro nos encontramos con paisajes increíbles. El blanco puro de Santa Eulària, Jesús o San Carlos nos apasiona. Es la síntesis de la armonía y la sencillez de la construcción local. Un paseo por las carreteras que unen la costa con los núcleos del interior hará que inevitablemente admires la obra arquitectónica de los ibicencos, autóctonos o llegados en cualquier época, que han aprovechado la sabiduría de generaciones de gentes sencillas, inteligentes y trabajadoras para combinar con gusto exquisito su color, sus formas y la integración con su entorno natural.

Las buganvilias reclaman su papel esencial en el colorido que identifica a la isla, todo el año, aferrándose a muros y esquinas, devorando sus piedras y robando protagonismo a chumberas, viñas e higueras que reinan a finales de verano. La fuerza de su cromatismo se queda fijada en nuestras retinas, atrae todas las miradas. Nunca deja de impresionar cómo la naturaleza es aquí capaz de expresarse con semejante intensidad.


El río de Santa Eulària, reducido hoy en día a una mínima expresión, nos lleva hasta el centro mismo de la isla sin dejar de proclamar que durante toda su historia ha sido el eje alrededor del cual giró la vida de los ibicencos. Mayo se encarga de recordarnos que fue así siempre, y las nuevas generaciones siguen reuniéndose en torno a él cada inicio de primavera para seguir mostrándole su respeto y su agradecimiento. 

Los domingos, nativos y residentes de toda Ibiza se acercan hasta el centro geográfico de la isla, a poca distancia del nacimiento del río, hasta Santa Gertrudis. Repiten su habitual rito de veneración al sol, a las terrazas, a la tertulia, a la sencilla y suculenta gastronomía local. Se concentran frente a esa iglesia fortificada que nos recuerda, al igual que sus hermanas diseminadas de punta a punta de las Pitiusas, que los tiempos pasados no fueron nada fáciles en nuestro paraíso.


Santa Eulària respira imaginación mires hacia donde mires. La isla inspira, atrae artistas y soñadores, artesanos y visionarios, gentes de todo el planeta y de todas las etnias que consiguen crear una auténtica mezcla de cultura universal en esos pocos kilómetros cuadrados. Por eso la expresividad desborda, se derrama por todo espacio de encuentro destinado a proclamar la excepcionalidad de esta tierra. Las Dalias, Punta Arabí, Cala Llenya y el Passeig de s'Alamera reúnen muchísimos ejemplos de esa inspiración ibicenca, mezclados con los últimos retazos de aquel refugio hippy que fue la isla antaño y que han marcado su identidad y su imagen hasta el día de hoy. Ahí todo se exhibe, todo se muestra y todo se comparte.


La fusión de modernidad y tradición ancestral, de últimas tendencias y hedonismo, de misticismo y libertad, de creatividad y diversidad, de Mediterráneo y resto del Mundo, suponen un estímulo a nuestros sentidos comparable al que encontramos en muy pocos lugares.


Gastronomía, música, mar, cielo, diversión, sol, campo, calma, energía, inspiración, Mediterráneo, mística, fusión, intensidad, color, cultura, belleza, modernidad, frescura, tradición, arte, sueños, respeto, alegría de vivir... Cientos de razones y razones únicas por las que cada uno se enamora de esta isla. Razones que hacen a la gente quedarse, volver un año tras otro, no querer marchar. Razones que nos hacen sentir con tanta intensidad en esta tierra privilegiada y que son el regalo personal, especial e inestimable que nos brinda "el corazón de Ibiza".


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